MICROMACHISMOS O MACHISMO COTIDIANO
Afortunadamente los comentarios y actos machistas cada vez se toleran menos y son considerados socialmente inaceptables, pero existen pequeños gestos sexistas o machistas en los que caemos sin darnos cuenta, producto de nuestra educación, a los que debemos dar mucha importancia porque contribuyen a perpetuar los roles de género, a los que denominamos micromachismos.
No hay que infravalorar el poder de la palabra porque cada una de ellas, representa un concepto o idea en nuestra mente y nuestra sociedad. El lenguaje no sólo expresa nuestro pensamiento, sino que lo transforma.
Aunque el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) ha hecho desaparecer muchas palabras con acepciones machistas, sigue siendo insuficiente. Lo femenino ya no equivale a débil; alcaldesa ya no es la mujer del alcalde, ni jueza la mujer del juez, padre no es el cabeza de familia o se han eliminado palabras como “cocinillas” para nombrar al hombre que se entromete en las tareas domésticas. Es importante eliminar las connotaciones despectivas de algunas palabras cuando se utilizan en femenino (zorra, gallina, perra..). También potenciar la mayor presencia de mujeres en la Real Academia. Desde que se fundó la RAE en 1713 ha habido 486 varones y 11 mujeres, la primera en 1978 (Carmen Conde).
En otro ámbito, las mujeres en política trabajan codo con codo con sus compañeros para desarrollar políticas públicas para la ciudadanía, pero se sigue diciendo que está ahí por la cuota como si fueran idiotas, y algunos siguen hablando de ellas en los medios de comunicación por su aspecto (vestido, pelo, etc.) en vez de hablar de sus intervenciones. A los hombres se les llama por su apellido (Sánchez, Rivera, Iglesias) y a las mujeres por su nombre (Susana, Irene, Soraya). Igual ocurre en el deporte. Pocos periódicos señalaron que en los últimos JJ.OO. de Río de Janeiro las mujeres superaron en número a las medallas conseguidas por los hombres. En cambio, se centraron en su físico, y opinaron que los triunfos eran fruto de su entrenador (varón).
Tendríamos que preguntarnos por qué nos negamos a aceptar palabras nuevas, como jueza, médica, presidenta, o miembra o marida, si esto hace sentir mejor a las personas que lo representan. Nombrar a las mujeres no supone excluir a nadie, supone incluir a las mujeres, supone el derecho a nombrar a más de la mitad de la población. En la profesión sanitaria, donde hay mayoría de mujeres, cansa escuchar en las noticias sobre la pandemia, referirse a “los médicos” (ejemplo del lenguaje no inclusivo), invisibilizando a todas las médicas que han trabajado de igual forma.
Tenemos interiorizado la educación sexista, referirse a las niñas como princesa o preciosa, y a los niños como valiente o campeón. Solo hay que mirar un poco para darse cuenta cuando un niño se hace daño se minimiza el dolor “eso no es nada, tú eres un machote” mientras que a la niña se la abraza y consuela “mi niña preciosa”. Compramos sin darnos cuenta el rosa para las niñas, los juguetes sexistas. Criticamos a la mujer que sale con pelos en las axilas o las piernas sin depilar y seguimos tolerando que se trate a las mujeres como objetos sexuados, como tantos programas de televisión dirigidos por hombres a los que no se les pide juventud o belleza, pero sí a la mujer que copresenta, o a las azafatas del programa.
La cuenta o la cerveza siempre para el hombre. El hombre es el que conduce. Al hombre nunca lo engañan en el taller o en las reparaciones. Para el hombre el mejor sillón de la casa o el mando de la tele.
A las mujeres se les llama “guapa” intentando ser amable, es invisible cuando va con un hombre al banco, al taller o a comprar tecnología. El cambiador de pañales sigue estando en el aseo de las mujeres. En las salas de espera de centros destinados a mujeres sólo hay revistas de moda o sociedad. Sólo se pregunta a la mujer para cuándo la pareja (implícito el “solterona”) o para cuando la descendencia, dando por hecho que éste es su deseo. También a señalar a la mujer cuando la custodia es para el padre, suponiendo “es mala madre”.
En el ámbito doméstico, la casa, el cuidado de mayores y menores no es propiedad de las mujeres. Es necesario que los varones dejen de escudarse en el “yo no sé” “tú lo haces mejor” o “no me lo has dicho”. Dejar de usar expresiones como “estoy de niñera” o preguntar “¿te ayudo en algo?”
También para las mujeres dejar de valorar cualquier cosa que haga el hombre en el ámbito doméstico: “tiene mucha suerte con su marido, le ayuda”, o si cambia un pañal es un “padrazo”.
Con la denominación micromachismo no quiere decir que por ello sean inofensivas, sino que en el fondo perpetúa la desigualdad, y con ello son el germen de la violencia de género.
Es necesario hacer un esfuerzo en identificar y tomar conciencia de estas situaciones para conseguir ir erradicándolas. Así conseguiremos una sociedad más justa e igualitaria.
Desde ANTARIS, a través de nuestro Plan de Igualdad, desarrollamos procesos inclusivos en la Entidad a través de los cuales se incide tanto en la propia plantilla como en las personas usuarias atendidas, y al mismo tiempo reivindicamos más políticas de igualdad a la Administración Pública de forma transversal.