Ayer, 7 de mayo, con motivo del Día Internacional de la Reducción de Daños por el consumo de drogas, desde ANTARIS queremos combatir el principal problema que sufren las personas con problemas de drogodependencias: el ESTIGMA. Por ello queremos subrayar:
- Históricamente, en todas las sociedades, independientemente de su tiempo y lugar, se ha producido el consumo de drogas, ya sea para uso funcional, terapéutico, festivo o lúdico-recreativo. Nuestra sociedad, hoy, inserta en un Sistema Capitalista, Patriarcal (y aún diríamos machista) de libre mercado, de consumo (y añadiríamos consumista), constituida Constitucionalmente como un Estado Social y Democrático de Derecho, como es evidente, no es la excepción a la regla. En España, en Andalucía y en Sevilla (capital y provincia), constatamos a diario el consumo de drogas legales e ilegales con diversos fines. Así mismo, los canales de producción, distribución y consumo de sustancias psicotrópicas no son ajenos a los comúnmente establecidos en la sociedad, tanto a nivel formal como informal, o sea, para productos legales o ilegales.
- No todas las personas consumidoras, ni muchísimo menos, derivan en personas drogodependientes. Tampoco todas las personas drogodependientes, acaban desarrollando problemáticas relacionadas con su consumo, ya sea a nivel psicológico, sanitario, personal, familiar, económico o social. Pero sí verificamos que un porcentaje de ellas, acaban viéndose afectadas por alguna/s o todas estas problemáticas, derivando, en algunos casos, en procesos crónicos de exclusión social, llegando, incluso, a las situaciones más graves de exclusión y marginación, tal cual es la exclusión residencial: personas “sin techo” que viven y duermen en nuestras calles.
- Las drogodependencias y adicciones sin sustancias son un Trastorno Mental y del Comportamiento, así tipificado por la Comunidad Científica Internacional. Es decir, se trata de una enfermedad mental, en la que, generalmente, confluyen otras enfermedades mentales (patología dual), ya sea porque aparecieron con carácter previo, simultáneo o posterior al consumo de sustancias.
- La drogodependencia, por tanto, no es un “vicio” achacable a la persona, a su falta de “voluntad”, a su “debilidad” o a su falta de “moralidad”. En definitiva, una persona no se droga, simplemente, porque “quiere”. Todo ello son prejuicios morales que operan en la sociedad y que colaboran a agravar el problema, más que a solucionarlo o paliarlo. Estas consideraciones obvian el concepto “Adicción”, concepto científico, bajo el que operan condicionantes neuro-biológicos que se relacionan con las características sociales, psicológicas y ambientales de la persona que lo padece.
- No se puede, o debe, desde una perspectiva científica, descontextualizar el consumo de la persona, no se puede entender a la persona y su adicción fuera de su entorno personal, familiar, social, económico, sanitario …No podemos aislar a la persona, ni al consumo de drogas que realiza ni a los efectos que en ella provoca, de su contexto: del sistema sexo-género (sociedad patriarcal y machista, en nuestro caso, con los efectos que produce en cuanto a roles y expectativas que se esperan de la persona según sea su sexo); de la etnia o cultura del grupo al que pertenece; de su situación económica y social (clase social, cultura del trabajo, ingresos, etc.); del sistema económico, legal, familiar, etc.
- Las drogodependencias y adicciones, se ven afectadas transversalmente, por el sistema de sexo-género imperante en la sociedad en la que se insertan. Las mujeres y hombres de nuestra sociedad consumen de manera distinta (usos, vías, frecuencia, tipo de sustancia, finalidades, etc.) y son atendidas, igualmente, de manera diferenciada, primando el número y no la cualidad. En definitiva, al ser inmensamente mayor el número de varones que, al menos aparentemente, se ven afectados por esta situación, dada la invisibilización del consumo de drogas femenino, los recursos para la atención a estas personas están planificados, orientados, concebidos y ocupados por y para varones, contribuyendo, de alguna manera, a perpetuar las desigualdades en la atención a unas y otros. Los resultados que generamos son: espacios masculinizados en el que las mujeres se sienten ajenas, indebidamente atendidas y en el que se reproducen las violencias que se ejercen y viven fuera de estos espacios. Es por ello que se precisan espacios más feminizados, ya sea para uso exclusivo de mujeres o compartido de mujeres y hombres, estableciendo los mecanismos necesarios para evitar la “masculinización de los espacios” compartidos anteriormente mencionada.
- La Reducción de daños (RDD) es una estrategia Realista y Pragmática, basada en evidencias científicas, para el abordaje de las consecuencias negativas que produce el consumo de drogas legales e ilegales en las personas y en la Comunidad. Su objetivo, en positivo, es mejorar la salud y la calidad de vida de las personas que usan drogas y sufren diversas problemáticas, sean las que sean y con la intensidad que sean, como causa o consecuencia de estos consumos, desde una perspectiva de promoción de la Salud Pública, del ejercicio y defensa de derechos de la persona, de la integralidad de la misma y de su centralidad en su proceso de atención. Si visionamos el negativo de esta fotografía, es decir, si nos situamos al otro lado del espejo, en el reverso de la moneda, lo que sería, probablemente, más ajustado a la realidad en la mayoría de casos, el objetivo es reducir o paliar los problemas de salud -generalmente muy deteriorada a nivel orgánico y mental- personal y comunitaria, y de «malestar» social de las personas que frecuentan el consumo de drogas teniendo en cuenta todos los condicionantes personales, biológicos y sociales anteriormente expuestos.
- Se trata de un ENFOQUE REALISTA en el abordaje de las drogodependencias porque parte de una evidencia: en nuestra sociedad, muchas personas consumen drogas, algunas de ellas no consiguen abandonar su consumo a pesar de que, no pocas de ellas, lo hayan intentado en repetidas ocasiones, fracasando total o parcialmente en su intento, viéndose abocadas a procesos crónicos de deterioro de sus estados de salud orgánica y mental, unido a procesos, no menos crónicos, de exclusión social. Y es un enfoque realista, porque trasciende las visiones moralistas, es decir, huye de los enjuiciamientos acerca de la «moralidad» o «inmoralidad» del consumo de sustancias.
- Es un ENFOQUE PRAGMÁTICO porque se orienta al impacto, al resultado que producen sus intervenciones. El enfoque de reducción de daños, produce, pues, estrategias e intervenciones que son EFICACES, EFICIENTES Y ÚTILES. Es decir, objetivamente, produce efectos positivos en las personas atendidas y en sus comunidades. Su impacto no solo es positivo y útil para las personas y recursos sociales y sanitarios del entorno, sino que es una estrategia “rentable”, ya que estos programas no requieren de grandes inversiones económicas, generando sinergias en la Comunidad y ahorrando, al tratarse de intervenciones preventivas y paliativas, importantes gastos ulteriores de los sistemas sanitario y de protección social si las consecuencias de estos consumos no son atendidas precozmente. Su premisa básica es: la intervención, cuanto antes mejor. Sin esperar “mágicos” abandonos de pautas cronificadas de consumos, sin esperar que los deterioros lleguen al extremo. Sin esperar nada a cambio.
- Reivindicamos una apuesta decidida en la Política de Drogas de nuestras Administraciones por los Programas e intervenciones basadas en la Reducción de Riesgos (prevención) y Daños y que dichos Programas se planifiquen desde la Perspectiva de Género, la Transculturalidad y el enfoque de Derechos de las personas usuarias de drogas. Que no solo lo hagan con la “boca chica” o “de mentirijillas” (que diríamos en Andalucía), tal como hoy lo hacen la ONU, UE, España o Andalucía. Sino que inviertan decididamente por estos Programas, por la estabilidad de sus equipos -sometidos siempre a inestabilidad y procesos de “burn out”-, lo cual redundará positivamente en la atención que dispensemos a las personas beneficiarias, a los efectos de nuestras intervenciones y a reducir costes de otros servicios sociosanitarios y padecimientos innecesarios de la población directamente afectada
Resumiendo, la Reducción de Daños va desde salvar vidas, a acompañar a personas en procesos crónicos de exclusión, enfermedad, envejecimiento y muerte. Va de paliar y mejorar la salud y el «bienestar» social de todas las personas que presentan consumos problemáticos de drogas, produciendo un efecto positivo de las comunidades en las que viven. Va de prevenir procesos de deterioro (Reducción de Riesgos) y de promover procesos de Inclusión Social. Sobre todo, de aquellas personas que se encuentran en situaciones de riesgo o de exclusión social, pero no solo de ellas. Y todo ello sin exigir el abandono inmediato o previo del consumo de sustancias para que la persona sea debidamente atendida desde una perspectiva interseccional, destacando entre ellas la perspectiva de género.
Por tanto, la Reducción de Daños no fomenta, en ningún caso, el uso de drogas, simplemente acepta el hecho de que la persona las está consumiendo y no supedita sus actuaciones a que la persona, por arte de magia, abandone dicho consumo. Es decir, no espera a que la persona deje de consumir para intervenir con ella para mejorar su calidad de vida. No espera a que la persona “se cure” por sí sola, para intervenir (sería, valga el vulgar paralelismo, como si le pidiéramos a una persona que sufre depresión, que esperara a dejar de padecer sentimientos angustiosos de tristeza para poder atenderla). Actúa en favor de ella, y de la sociedad en la que vive, desde sus potencialidades y sus condicionantes. Promueve sinergias, ahorra esfuerzos, sufrimiento y costes económicos y emocionales. Y lo hace desde evidencias científicas, si bien deberíamos implementar estrategias que ayudaran a superar las deficiencias en cuanto a equidad en la accesibilidad y adherencia por cuestiones de género…Para todo ello se necesita apoyo social y recursos económicos. Tan solo, el intento, merecerá mucho la pena.